No somos los hombres los únicos imbéciles

Sucedió este viernes a eso de las 19. Yo venía caminando plácidamente por la avenida San Juan. Lo escaso de la iluminación me permitía imaginar cómo serían las caras y formas de los seres que se me aproximaban. La abundante basura me proporcionaba aromas para que mi olfato jugara a divinar qué habían estado comiendo los vecinos de esa cuadra. Tan abstraído como estaba apenas si me apercibí de la figura de un perro dálmata que salió y un comercio abruptamente. A diferencia de los que pueblan las historias de Walt Disney, éste no tenía carita amistosa. Y eso fue lo que me retrotrajo a la realidad concreta de aquel momento.

No me asusté, aclaro. Lo que hice fue prevenirme. El tema es que sin mediar hembras, ni comida… ni nada! el dalmata loco le saltó encima a un labrador que venía de la correa de su amo a unos metros detrás de mí.

Se trenzaron con una fiereza tremenda. El dueño del labrador intentaba patear al dálmata para alejarlo, pero no fue sino hasta que salió más gente del comercio que no se pudo separar a los perros.

Repito:  no había de por medio hembras, ni comida… ni nada!

Esto me condujo a una módica reflexión: No somos los hombres los únicos imbéciles.

Si, ya sé: mal de muchos consuelo de tontos…