Felices Pascuas

En aquellos años parecía que había pasado un montón de tiempo desde el fin de la dictadura. Ahora me doy cuenta de que era apenas un parpadeo. De que en verdad, muchas de las causas y consecuencias de la dictadura seguían vivas todavía.

Todos estábamos seguros de algo: la democracia no sería entregada. No sin una lucha. Esta vez sí: el pueblo estaba consciente de que más allá de los errores y virtudes de Alfonsín, no se trataba de dejar caer a un gobierno, sino de entregar la libertad. Con mucha sangre, pero la lección al fin estaba aprendida.

Por eso en aquella semana santa todos, incluídos los peronistas (durísimos opositores por entonces) salieron a respaldar a Alfonsín. Como uno solo. Como no recuerdo otra manifestación política en mi país. Éramos EL PUEBLO.

No es que no tuviésemos banderas partidarias: las teníamos! cada grupo, cada partido, cada sector  tenía su bandera, pero esto en vez de dividirnos nos unía. Era como decir: «Estamos todos, vinimos a defender a nuestra democracia». No recuerdo otra jornada ígual  en mi país.

Tanto fue así que que la multitud desbordó la plaza de Mayo, histórico centro de la vida política argentina, para reproducirse en cada esquina, en cada centro, en cada plaza del país.

Es más difícil y más discutible el saldo de aquellos días. Mi interpretación es que los militares todavía tenían fuerza como para impedir que se los juzgara y Alfonsín, pese a tener al pueblo movilizado, optó por no medirse y pactar con ellos. A nosotros nos mandó para nuestras casas (la casa está en orden) y para ellos vino entonces «Obediencia Debida» y «Punto Final».

A veces me pregunto qué hicimos tan mal desde entonces para estar como estamos hoy día: tan separados, tan divididos, abusándonos de estar parados sobre uno de los países más grandes de la tierra