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Nuestra Historia de amor 3: «Yo, Andrea» una boda de cuento.

Hola mi amor, 8 semanas ya de tu muerte absurda. No te cuento cómo estoy ni cuánto te sigo extrañando para no aburrir. Pero no te pongas triste por mí. Yo voy a dar la pelea por Nina y por tu amor. En esta última semana me dijeron algo que me dio una pequeña luz entre tanta oscuridad: “Lo mismo que ahora te quiebra en dolor es lo que te va a sacar adelante: el amor de Andrea”. En la tempestad me aferro a esta idea como un náufrago a un pedazo de madera.

El segundo negocio de Andrea empezó con una competencia muy brava: los preparativos para nuestra boda. Aquellas jornadas finales de 2010 fueron días en los que nuestra casa se convirtió en una especie de bunker donde se atendían por igual cuestiones vinculadas al nuevo Spa de Andrea así como también al diseño esmerado de una boda que tenía que ser inolvidable, a semejanza de un amor como el nuestro.

Es imposible cifrar en estas líneas la dedicación y el tiempo que ella ponía en cada detalle. Solo quienes gozaron de su hospitalidad  pueden dar fe de cómo la mano de Andrea se notaba en todo, no dejaba nada librado al azar. Así se fue ocupando del lugar, de la ceremonia, las invitaciones, la comida… de todo!

Andrea preparanto invitaciones artesanales

El tema de los invitados no era menor: teníamos a tanta gente en mente que por momentos sentía que boda y ruina económica serían una misma cosa. Gran parte de la patria movilera con la que me cruzaba cotidianamente por aquél 2011 estuvo invitada a la fiesta.

Otro tema eran las amigas de Andrea: no solo vendrían las “locales” que ya eran cantidad, además habría gente de Brasil, Colombia, EE.UU y Europa.

Tengo que recordarles que por aquellos días ya no éramos solamente dos: en cualquier cosa que hiciéramos estaba Titina… siempre a upa de la madre, es decir de Andrea! Si veíamos tele, Titi veía. Si comíamos sushi, Titi comía. Si íbamos a la cama, Titi subía con nosotros. Si tomábamos mate… bueno, no tomaba mate pero acompañaba.

Finalmente, con el año nuevo, llegamos al tiempo de las definiciones: la boda sería a mediados de marzo, momento en el que podía venir la familia de Andrea que estaba en Estados Unidos y muchas de sus amigas deperdigadas por el mundo.

También encontramos el lugar que queríamos: ni ella ni yo pensábamos en una boda nocturna en un salón de ciudad. Los dos preferíamos el día y la naturaleza, así que tras recorrer unas cuantas quintas, nos quedamos con una de Benavidez que se llamaba «Tres robles». La elegimos porque tenía el mejor salón de fiestas o quincho: «Así no estaremos preocupados por el clima, por si llueve» dijimos. Y menos mal que pensamos en eso!

El sábado 12 de marzo de 2011 amaneció soleado, sin embargo el pronóstico anunciaba lluvias por la tarde. Nuestro casamiento empezaría al mediodía. Andrea fue al lugar por su lado, con una amiga y con su madre. Yo con mi tío y padrino. No teníamos que vernos!

El Altar para la boda estaba hermoso, en medio del jardín: había un gazebo con plantas y una decoración maravillosa realizada por un grupo de amigas de Andrea que se ocupaba de los tiempos de la fiesta y del cathering: estaban arrancando un emprendimiento y usaban nuestra boda para difundir su actividad.

Cuando ya estábamos todos menos la novia, que esperaba en su vestidor, empezamos a sentir una ausencia notoria… Faltaba el cura!

El Padre Eduardo había dicho que estaría medio hora antes de la boda, pero ya era mediodía y no teníamos ní noticias de él! Para peor, el cielo había empezado a encapotarse y un viento comenzaba a levantar las primeras hojas del suelo.

A las 12.30 ya la demora del clérigo empezó a ser preocupante y todos se preguntaban adónde estaba el cura. Guille, el hermano «gringo» de Andrea me dijo: «Si querés los caso yo y digo «Con el poder que me confiere el estado de Michigan… total nadie me conoce!»

Al fin, alguien pudo comunicarse con el cura: se le había roto el auto y estaba esperando un colectivo. El día ya estaba definitivamente nublado.

Una hora quince después de lo previsto y en medio de ovaciones, finalmente el cura llegó. Andrea estaba preocupada por la demora, pero más por el clima. Su otro hermano, Diego miraba la ventana y le mentía piadosamente: «Está bien el día, cada tanto sale el sol». La boda finalmente empezaba bajo un cielo encapotado.

Llegó el cura!

El Padre Eduardo resultó ser todo un personaje. Arrancó el casamiento diciendo: «En la mayoría de las bodas, la novia llega tarde, esta en cambio será recordada como la boda en la que llegó tarde el cura».

Su ceremonia alternaba dos ó tres frases religiosas con algún chiste. Al tiempo aprendí esas bromas de memoria, ya que las repetía en cada casamiento. Casó a mi hermano, a mi primo y a algunos amigos, ya que era el único que aceptaba salir de la iglesia para casar gente en quintas.

En un momento de la boda, el de mayor tensión cuando tenía que decir frente a todos que aceptaba a Andrea como mi esposa, cometí un yerro memorable: la frase que debía decir estaba escrita en un papel que en el lugar de los nombres tenía una línea punteada para que cada novio dijera lo que correspondía.

Cuando el cura nos explicó esto puso con lápiz el nombre de Andrea en el primer espacio con línea de puntos. Así que al leer, en medio de tantos nervios, dije con vos firme: «Yo, Andrea…» desatando la carcajada general y el gaste del padre que se preguntaba si sería tan solo un error o «malas costumbres» mías.

La ceremonia contó con muchos momentos emotivos en los que alguna que otra lágrima fue derramada, Cuando ya estaba finalizando se levantó un viento fuerte y empezaron a caer las primeras gotas.

Nos fuimos bajo la llovizna incipiente, algo que para muchos significaba un buen augurio y para mí implicaba mojarnos un poco.

Bajo el agua quedaron los hermosos «livings» alquilados para la ocasión, portarretratos con fotos nuestras, candelabros y otros adornos. Nos miramos con Andrea y dijimos: «Menos mal que elegimos el lugar del quincho grande». La lluvia ya no paró a lo largo de toda la fiesta, pero el lugar techado se la bancaba pese a la gran cantidad de invitados.

La comida fue en realidad un gran banquete, Después nos enteramos de que por la demora del cura, una tanda de asado se había pasado de cocción, pero como había mucha gente conocida, habían puesto otra tanda nueva. La movida le salió bien al lugar porque entre los invitados estaba Ari Paluch quien por meses siguió comentando en su por entonces poderosísimo programa «El Exprimidor» lo bien que había comido en nuestro casamiento. Pero ese no fue el único favor que nos hizo el lugar.

También empecé a ver amigos con tragos, algo que no habíamos contratado. Resulto que por la lluvia, nos reemplazaron los livings (acuáticos) por la barra libre. Todo un gesto que el periodismo invitado agradeció.

Otra cosa hermosa de nuestra boda fue el haber podido disfrutar del arte de gente amiga: Paula cantando bossa, Grace y David bailando folklore (y haciendo bailar) y mi hermano de la vida Rulos cerrando el show.

los artistas

Tras la comida llegó el brindis y otro gran momento del día. Andrea dijo unas palabras y mi vieja empezó a gritar: «Ahora que hable la nonna, que hable la nonna«. Mi abuela tenía por entonces 90 años y frente a todo el mundo allí reunido, en su perfecto cocoliche apenas entendible dijo: «Yo les deseo un matrimonio para siempre con la bendición de dios, siempre unidos y felices» pese a la solemnidad con la que había arrancado remató diciendo: «porque como yo siempre digo, el hombre lo que quiere de la mujer es buena comida y buena cama». La nonna fue ovacionada. Un video recuerda este momento. Acá lo dejo.

Lo que siguió fueron momentos típicos de cada casamiento que probablemente solo sean significativos para quienes están siendo homenajeados: amigos que me revoleaban por el aire, Andrea arrojando su ramo, trencitos, carnaval carioca, mucho baile, mucho alcohool… mucha fiesta!

A las 16 llegaban los invitados al baile, una solución que habíamos encontrado para no dejar de invitar a algunos amigos sin tener que alimentarlos también y fundirnos en el intento. Consecuentemente, la fiesta se duplicó en cantidad de gente.

Nos quedan que aquel día una catarata de imágenes divertidas, de sensaciones hermosas, pero por sobre todo la impresión de que todo el mundo se divirtió mucho pasándola genial. Hablo en plural porque hablo por los dos, ya que innumerable cantidad de veces evocamos este día con Andrea.

Cuando la noche empezaba a caer, nos fuimos. Y adónde iba a ir Andrea primero? A casa obvio! a ver cómo estaba Titi. En ese momento, antes de partir a nuestra noche de bodas, nos sacamos la foto familiar los tres juntos.

Una vez cumplida esta ceremonia tan íntima, nos fuimos al lugar en donde tendríamos nuestra primera noche como esposos: en un gesto inolvidable para nosotros, la gente de prensa del Sheraton nos había invitado a su «Park Tower». Al entrar en nuestra habitaciòn nos encontramos con rosas, champagne y otras sorpresas.

Nos tiramos rápidamente en la cama, pero no por causas amorosas… los dos abrimos las mochilas que traíamos del casamiento en dónde habíamos puesto los «regalos». Como ambos teníamos nuestras respectivas casas y no necesitábamos electrodomésticos, adornos, ni nada, le habíamos pedido a la gente que nos regalara plata para poder costear la fiesta… y si fuera posible una luna de miel!

Parecíamos ladrones de banco: Bonnie & Clyde sin armas y sobre la cama, los dos contando billetes. Había mucho Franklin gracias a dios, lo que nos permitía pagar las deudas y nos dejaba un margen para irnos a algún lado.

Esa noche cenamos en la habitación y a la mañana siguiente, tras desayunar en el Park Tower, nos fuimos al Sheraton tradicional en donde estaban alojándose Silvia, una amiga Catalana y Begonia, otra amiga azafata de Air France que había ordenado sus vuelos para poder estar en el casamiento.

Esa misma tarde, ni bien volvimos a casa, Andrea empezó a mover sus contactos para organizar una luna de miel posible y a los pocos días estaríamos por Ezeiza saliendo al destino más romántico de América a disfrutar de una Luna de Miel de cuento, pero de eso les hablaré en el próximo posteo.

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marianorinaldi Ver todo

Periodista. Cronista.
Conduzco de "La Semana que Viene" programa que se emite por Radio Simphony.
También trabajo en el programa "En la trinchera" de Radio Led.
Fui Cronista de "El Exprimidor" (2002 hasta su finalización en 2019) reemplazando a Ari Paluch en la conducción en varias ocasiones.
Cronista de "El Rotativo del Aire" de Radio Rivadavia (entre 2001 y 2010).
Acreditado en Casa de Gobierno (2003/2018).
También Cronista y asesor parlamentario.
Realicé coberturas nacionales e internacionales como enviado por ejemplo al rescate de los mineros en Chile, Elecciones en España y Paraguay, Aniversario del Atentado de Atocha en Madrid entre otras cosas.

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