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Nuestra historia de amor 17 «Nina: Bienvenida a casa!»

Este viernes se cumplieron 5 meses de tu muerte física. Lo que te extraño es imposible de contar. Nos preparamos con Nina para sobrevivir a estas primeras fiestas sin vos, rodeados de familia. Espiritualmente estás presente en nosotros. Te amo infinito como siempre y acá estoy cumpliendo con corazón mi rol de padre para nuestra «Totita» y esperando el día en que por fin nos volvamos a reunir.

El querido José Ignacio Fulugonio, uno de los tantos amigos que esta profesión me dio, había sido papá junto con su esposa apenas unos meses antes de que naciera Nina. Y cuando supo que ya estábamos a punto de internarnos en la maternidad me dijo: «Disfrutá del momento que estás en el sanatorio porque ahí tenés todo pautado: cualquier cosa que pasa vienen las enfermeras, te ayudan los médicos, siempre hay alguien diciéndote qué hacer… hasta el momento en que te dan de alta! Ahí te largan solo, llegás a tu casa, entrás y decís: y ahora qué hago? cómo sigo?»

Justamente en ese momento nos encontrábamos ahora. Nina estaba perfecta y su mamá, que había completado el posoperatorio de la cesárea, también. Esa mañana nos avisaban oficialmente que al mediodía nos podíamos ir a casa.

Mi viejo vino a buscarnos, feliz de poder ejercer de abuelo. Y en las primeras horas de la tarde del tercer día de vida de Nina, por fin pudimos llevarla a casa.

Al cruzar la puerta lo primero que recordé fueron las plabaras de Fulu. Pensé: «Y ahora qué hacemos con la gordita los tres solos en casa?».

Me dí cuenta de que acabábamos de entrar en un baile de cuya música teníamos poca idea todavía. Pero la felicidad era tanta, que no teníamos miedo… pese al pánico!


Como si el destino se ensañara con nosotros, ni siquiera nos habíamos acomodado, al ratito nomás de entrar a casa fue que sonó el teléfono. Era mi tío Josué llorando: «Murió Lorena!». Lorena era mi prima: hermosa, inteligente, fuerte… Un puntal en mi familia. Ella siempre estaba para lo que fuera necesario. Tenía apenas 42 años y una carrera brillante como abogada por delante. Dejaba 3 hijos y era esencialmente una mujer jóven y sana. Un inccidente de tránsito -a partir de la negligencia de un conductor- yendo al aeropuerto de Guayaquil, en Ecuador para volver de viaje, le había costado la vida.

Beso al cielo mi querida prima: dicen que dios se lleva primero a los mejores. Esto no es un consuelo, pero si una explicación posible. Gracias por haberme cuidado y mimado tanto a mi vieja!


Volviendo a nuestra historia con Nina, una vez instalados nos dispusimos a recibir amigos, ya que habíamos pedido que no nos visitaran en la maternidad, asumiendo que Andrea no estaría del todo bien reponiéndose de la cesárea.

Mucha bola no nos dieron porque varios fueron igual, pero una de las primeras visitas que recibimos en casa fue la de Flor.

Ella llegó con una bandeja gigante de empanadas. Debo confesar que al principio me pareció ridículo. Pensé: «Empanadas? eso trae a un bebé recién nacido?». La verdad es que no pasaron varias horas antes de que comprendiera el inmenso favor que nos había hecho: Con Andrea en cama con la beba todo el tiempo, esas empanadas fueron nuestra base de sustento los primeros días de adaptación en casa… PERDÓN y GRACIAS FLORENCIA!!!

Pero empezó a pasar que Nina no dormía de noche. Esto nos preocupó un poco porque si bien era normal que un recién nacido no durmiera toda la noche derecho, Nina se levantaba a las dos de la mañana y lloraba 2 horas seguidas como hasta las 4 cuando se volvía a dormir: Creo haber dejado un surco en nuestro living de la casa de Sahores de tanto llevarla de un lado al otro en la madrugada.

Al tercer día seguido en que esto se repitió nos preocupamos de que pudiera estarle pasando algo. Así que al amanecer la llevamos al médico: allí la pesaron, la miraron un rato y nos preguntaron: «qué está comiendo?»

Nos miramos con Andrea y ella rápidamente respondió «Está tomando el pecho». La enfermera que observaba la escena dijo «Ah… solo teta, mami?». Entonces se llevaron a Andrea a un lugar reservado para hacer algunos controles.

Andrea detestaba -lo sé porque siempre se quejaba- de que en pos de la medicina, le manosearan los pechos: era molesto sentrise estrujada para ver si había suficiente leche… o tal vez lo que le pasaba era que intuía que no tenía suficiente alimento para su hija y esto la traumaba porque ella creía que el pecho materno garantizaba cierta buena salud para el bebe.

Cuando le dijeron que había había que darle leche de fórmula fue un pequeño drama familiar. Situación que felizmente se resolvió tras hablar con la gente de una ONG que promovía la lactancia materna a la que ella seguía: le dijeron que no importaba que tomara leche de fórmula siempre que recibiera lo que hubiera disponible de leche materna. Este alimento, aunque no la saciara, actuaría de «vacunita» para que Nina estuviera saludable.

Realmente nunca supe si lo que le dijeron tenía sustento científico o no, pero lo cierto es que Andrea se tranquilizó desde entonces alternando teta con mamadera. Y sobre todo, la que se tranquilizó fue Nina, que ya no lloró de madrugada por horas seguida… LA POBRE LLORABA DE HAMBRE!!!

Le pedí perdón a la beba como si me entendiera y le expliqué que esto le pasaba por tener padres muy primerizos, pero que sin una sombra de duda, la amábamos hasta el infinito y más allá!

Parrafo aparte para lo que pasó con los perritos de mi madre, aquellos que había debido adoptar tras su inesperada muerte y que gracias a Andrea, habíamos podido incorporar a nuestra familia de tres: ella, Titina y yo, en nuestro PH en donde todos convivíamos en 30 metros cuadrados:

El gordo Benji, el ladrón de carnicerías, el saltador de muros, perro callejero de San Isidro, acompañó a Andrea con ternura durante todo el embarazo sintiendo muchas veces la panza y siendo un gran perrito obediente por primera vez en su vida: pero una semana antes del parto, tras un par de síncopes, se tumbó en el piso y su corazoncitó paró. Nos dejó mansamente como si quisiera hacer lugar para lo que venía en casa.

Pero eso no fue todo: La negrita Mora, la que me había mordido dejándome sangrando, la otrora salvaje y agresiva, pero ahora devenida en un dulce de leche, llegó al parto y compartió los primeros meses de Nina posando al lado de la frágil recién nacida con la ternura de un bambi.

un par de meses después de la llegada de Nina, se fue a correr por las nubes con su eterno cómplice Benji. O tal vez fue mi vieja que los llamó a los dos, como cuando los largaba para que corrieran en la cortada de Rivadavia en el túnel de San Isidro.

Tiempo después, el encantador de perros argentino, Jorge Pampita Montenegro (papá de Betún de «Los Simuladores» y de Fatiga de «Casado con hijos») quien nos había ayudado con la tarea ardua de adaptarlos tras la muerte de mi madre para la nueva vida con nosotros, diría con la vista clavada en el horizonte: «Esos perros cumplieron una misión. Te acompañaron ese tiempo entre que tu madré partío y que tu hija llegó. Después, se fueron los dos. No fue casualidad. Fueron Tus acompañantes: perros sabios».

Creer o reventar. Pero así fue.

De los primeros meses con Nina bebé y de su primer viaje les hablo -Dios mediante- la semana que viene.

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Periodista. Cronista.
Conduzco de "La Semana que Viene" programa que se emite por Radio Simphony.
También trabajo en el programa "En la trinchera" de Radio Led.
Fui Cronista de "El Exprimidor" (2002 hasta su finalización en 2019) reemplazando a Ari Paluch en la conducción en varias ocasiones.
Cronista de "El Rotativo del Aire" de Radio Rivadavia (entre 2001 y 2010).
Acreditado en Casa de Gobierno (2003/2018).
También Cronista y asesor parlamentario.
Realicé coberturas nacionales e internacionales como enviado por ejemplo al rescate de los mineros en Chile, Elecciones en España y Paraguay, Aniversario del Atentado de Atocha en Madrid entre otras cosas.

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