Nuestra historia de amor 37: «Salimos de la maldita pandemia!”
Tocamos suelo carioca cerca de las 19, es decir que todavía quedaba luz y calor. Conseguimos un taxi y empecé a hablar con el taxista: Salió el tema de la final de copa que River había perdido recientemente contra Flamengo. Los dos hablábamos efusivamente.
Nuestro primer destino era Copacabana, y allí llegamos casi cuando empezaba a anochecer. Nos instalamos y salimos a recorrer esas calles tan impregnadas de “Brasil”. Sentí por un lado que el tiempo no había pasado desde la última vez que las había caminado hacía 30 años, pero por el otro, iban conmigo mi amor y mi hija: mi familia, algo que por entonces no era siquiera un sueño.
Andrea estaba sorprendida: su portugués de oficina paulista no se parecía mucho al carioca de calle que hablábamos con el taxista.
Recorrimos un poco de esa rambla tan característica de azulejos negros y blancos hasta que la noche y el aire de playa nos abrieron el apetito. Cenamos y nos fuimos a dormir para empezar al día siguiente, una nueva experiencia carioca: la nuestra.
A la mañana siguiente me dejé guiar por Andrea, que siempre me hablaba del “Bondinho de Santa Teresa” y tras pasar por la Catedral moderna de Rio, hicimos el paseíllo en Tranvía que Nina Adoró. Después las escaleras de Selarón y algunas cositas más.
El día siguiente fue de más puntos turísticos y uno de mis preferidos: el Cristo Redentor y su vista increíble.
No era casualidad que ya en el tercer día de vacaciones en Rio no hubiésemos pisado la playa: al día siguiente partíamos hacia el interior carioca, a un lugar cercano a Cabo Frío que Andrea había descubierto llamado “Praía do Peró”.
La llegaba tras tres horas de viaje fue inolvidable: el hotel realmente se parecía a un all inclusive caribeño y aunque no tenía playa privada, su puerta daba a la playa: salir, cruzar la calle y pisar la arena era casi una misma cosa.
Sin embargo lo que más le llamó la atención a Nina fue la sala de juegos que estaba justo en la entrada. Durante todos esas vacaciones, entrar y salir del hotel “nos costaría” una pasa dita por ese sector.
Pero nosotros también quedamos maravillados: no tanto con el sector de juegos, sino con nuestra habitación, que tenía un ventanal con balcón que daba al mar: Ese sería “nuestro lugar” durante todas esas vacaciones y mentalmente por los meses siguientes, cuando la pandemia -cuarentena mediante- nos mantuviera encerrados.
Desde ese balcón que tenía una mesa y dos sillitas, soñábamos despiertos: bajo la luz de la luna y con el arrullo lejano de las olas, pasábamos nuestras trasnoches de verano, con Nina ya dormida y con una lata de cerveza o un vaso de caipiriña en la mano.
Estábamos llenos de planes y las cosas nos iban bien: por primera vez ganaba más con mi programa semanal que con mi trabajo cotidiano: tenía auspicios importantes, como el de LAN Argentina, que me había renovado por todo el año por venir.
Lo mismo pasaba con Andrea: su negocio se había expandido más allá del espacio que ocupaba su salón de Pilates y su estudio de yoga: el servicio de Wellness en el que ofrecía pausas activas y masajes en silla había crecido y ya le daba servicio a seis grandes empresas entre las que estaban una app de primer nivel mundial y un par de multinacionales.
Cada plan, cada brindis, cada noche la pasamos sin imaginarnos el horizonte negro que se nos venía encima ni bien volviéramos a Buenos Aires.
Pero en ese paraíso que había descubierto Andrea, pasamos unos días muy felices: desde ahí paseamos por Arraial do Cabo, Cabo Frío y Buzios, pero sin alejarnos demasiado: frente al hotel y caminando unos cuántos metros por la costa teníamos dos playas extraordinarias: “Praia do Peró” y “Bahía das Conchas”. Nina resultó -como su madre- ser una fanática del mar.
Andrea siempre decía: “Si no hay playa, no son vacaciones: es un viaje” Y estas eran verdadoras vacaciones.
Tras pasar unos cuántos días en ese lugar que ya era uno de nuestros rincones en el mundo, volvimos de regreso a Rio, para pasar los dos días finales en Ipanema.
De ese breve paso por Rio recuerdo haber descubierto una sabrosísimos “Bolinhos de Bacalhau” en una especie de funda oculta entre el glamour de Ipanema.
El viaje de regreso lo empezamos en un auto que nos fue hablando todo el viaje de los “virus” y del fin del mundo. Nosotros -que veníamos de playas paradisíacas en donde nuestra mayor preocupación era dónde conseguir un trago- no entendíamos de qué nos estaba hablando. Realmente pensamos que estaba loco.
Llegamos al Galeao, ese gigantesco aeropuerto internacional de Rio por el que pasaron mundiales y Juegos Olímpicos y los que vimos nos dejó perplejos: nunca habíamos visto nada igual… Y eso que Andrea había viajado muchísimo!
Caminábamos solos atravesando sectores del aeropuerto sin cruzarnos con absolutamente nadie. Solo se escuchaba el eco de nuestros pasos.
Yo quería averiguar qué estaba pasando, pero… no había a quién preguntarle!
Después de caminar mucho, pero mucho, eh? Nos cruzamos con una persona: era el dependiente que atendía uno de esos locales que venden recuerdos.
A medida que nos acercábamos a la puerta de embarque iba apareciendo un poco de gente, pero muy poca. Casi nada!
Toda esa poca gente se nucleada como nosotros en torno a la puerta de embarque de nuestro vuelo. Nos llamó la atención ver a gente con barbijos: qué exagerados! Pensamos.
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marianorinaldi Ver todo
Periodista. Cronista.
Conduzco de "La Semana que Viene" programa que se emite por Radio Simphony.
También trabajo en el programa "En la trinchera" de Radio Led.
Fui Cronista de "El Exprimidor" (2002 hasta su finalización en 2019) reemplazando a Ari Paluch en la conducción en varias ocasiones.
Cronista de "El Rotativo del Aire" de Radio Rivadavia (entre 2001 y 2010).
Acreditado en Casa de Gobierno (2003/2018).
También Cronista y asesor parlamentario.
Realicé coberturas nacionales e internacionales como enviado por ejemplo al rescate de los mineros en Chile, Elecciones en España y Paraguay, Aniversario del Atentado de Atocha en Madrid entre otras cosas.