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Nuestra historia de amor 32: «Dolor»

Los meses iban pasando y lo que en principio iba a ser una “cuarentena” se fue convirtiendo en una “cuareterna”. Los períodos de encierro se iban relevando unos con otros y no había un atisbo de salida. Cada día se hacía más difícil “ponerle onda” y lo que en principio aparentaba ser una extensión de las vacaciones iba deformándose en una pesadilla.

Yo estaba sin trabajo, pero sin deudas ni grandes gastos. Además tenía algo de la plata de la venta de la casa de mi madre que no se había llegado a gastar en la compra de nuestro nuevo hogar: era para reformas, pero así las cosas, quedaba convertida en una especie de “colchón” o reserva para aguantar lo que viniera.

El panorama de Andrea era diferente: ella tenía gastos de su Empresa que pagar, empezando por el alquiler de un espacio en Palermo. Especio que por la pandemia y por disposición del gobierno se encontraba obligatoriamente cerrado.

Como el resto de las personas, empezó a tratar de ganarse la vida “Online” pero los ingresos no llegaban a cubrir la mitad de los gastos fijos.

Nina, por su parte, se aburría sin sus amigos del Cole. Tenía los zoom, pero parecían no importarle mucho… y eso que la genia de Magui, su maestra, le ponía toda la onda!

Por suerte tenía también al arte… ella adoraba pintar!

Pero solo con estas cosas no alcanzaba para encauzar las energías de nuestra pequeña. De eso nos dimos cuenta el día en que nos intervino la cocina. Era una tarde como todas las de esa época y de repente… escuché un grito de Andrea

“NINA! QUÉ HICISTE EN LA COCINA!?”

Cuando llegué al lugar no lo podía creer: Andrea se agarraba la cabeza y Nina ya no estaba… había desaparecido!

La encontré en el baño toda compungida: escondía sus manitos llenas de pinturas como si así fuese a zafar de algo!

Traté de hablar con ella, pero me dí cuenta de que lo único productivo sería ponerme a limpiar… qué hubieran hecho ustedes con esta forajida?

A medida que las paredes fueron recobrando su color original, Andrea fue recuperando la calma. Además todas las amigas de Andrea salieron en defensa de Nina «Se trata sin duda de una artista», «Es hermoso: no lo borren»: sin duda esa tarde quedó como un recuerdo imborrable por el resto de nuestras vidas.

Otro recuerdo indeleble (y reiterado) será este: Nina encerrada en plena cuarentena bailando el «Can can» mirando los dibujitos de las larvas con sus muñecos mientras pintaba en el living de casa: un caos que con Andrea siempre recordamos como uno de los momentos más divertidos de esa época tan oscura… Y eso que lo bailaba una y otra vez sin parar (escuchá que al final grita «OTA VEZ»!)

Otra cosa que podíamos hacer para entretenerla a Nina era Cocinar: Andrea hacía galletitas o pancakes, yo pan y pizzas, pero como todo el mundo hacía lo mismo… pronto empezó a faltar la levadura!

Como para marcar la diferencia con el resto de la semana, esperábamos a los sábados para mis pizzas caseras que cenábamos mirando alguna obra de teatro que una plataforma liberaba cada sábado. Las vimos buenas, regulares y de las otras!

Pero el encierro no aflojaba: había que ir a hacer las compras para poder respirar un poco: los controles todavía no aflojaban y la general Paz parecía una frontera entre dos estados hostiles!

Por suerte en medio de tanta confusión, teníamos nuestra terraza (Vean la Gral Paz desierta detrás mío), en donde pasábamos mañanas…

Tardes…

Y Noches!

Si bien la vida seguía y nuestra «bebé» estaba cada día más hermosa…

Ella seguía extrañando a sus amigos y pintando (aunque por suerte ya nunca más en las paredes)

A Andrea y a mí las cosas comenzaban a marcharnos de maneras diferentes: yo conseguí trabajo en el nuevo programa de Ari Paluch haciendo informes (que reempazaban a los anteriores móviles) y ocupándome de las redes sociales. No ganaba bien, pero al menos era un ingreso, algo menos de ahorros que debían gastarse!

El tiempo seguía pasando y los negocios seguían cerrados, incluídas las peuquerías, por lo que nos íbamos mimetizando con Figarito cada vez más!

Empezó entonces una campaña para que algunos lugares pudisen atender al público en la vereda, o espaciados y con turno.

Pero por supuesto, los gimnasios -rubro en el que incluía al negocio de Andrea- eran considerados de alto riesgo, por lo que su empresa seguía en esta etapa, acumulando -obligatoriamente- gastos y pérdidas.

Ella trataba de cuidarnos, pero yo le veía la carita de preocupación. La escuchaba discutir diariamente con su socia acerca de los caminos posibles. Incluso empezaban a hablar de un posible cierre.

Parecía imposible, que una empresa que hasta marzo era exitosa, se hubiera convertido en una gran incertidumbre.

Pero Andrea -puro corazón- se esforzaba porque Nina no notara su preocupación y seguía ocupándose por las tardes de pintar, cocinar o hacer manualidades-como este caracol- con ella.

Pero conmigo era distinto: me confesaba su temor de que si las cosas no cambiaban, tendría que cerrar la empresa. Ella se preocupaba por su emprendimiento, pero también por la gente, pensaba en tal o cual profesora que no tenía otro ingreso.

En el peor momento, una profesora que había crecido mucho con el negocio de Andrea, consideró que en plena pandemia y con las clases online, era un buen momento para abrirse por su cuenta. Al hacerlo «se llevó» a mucha gente que asistía a sus clases. Para Andrea fue como una puñalada. No tanto por lo económico, porque como ya dije, no representaban tanto dinero esas clases virtuales, si no por el momento y la actitud de alguien a quien consideraba una amiga.

Lo peor fue que como resultado del golpe, esa gota que colmaba el vaso, su cuerpo no aguantó y cayó enferma.

Yo hasta entonces no tenía idea de lo que era la «culebrilla». Pensaba que era algo de curanderos, algo somatizado, algo en fin… más leve. Qué error!

Durante un largo mes la vi sufrir dolor sin poder hacer casi nada. Me limitaba a ocuparme de Nina y de la casa, pero los médicos que venían decían «herpes zoster» y se iban como si no hubiera nada que hacer más que aguantar. Le daban calmantes que no la calmaban, remedios que no remediaban.

Durante ese largo mes sufría de cosas tan jodidas como no poder encontrar posición en la cama: con la espalda y ambos lados tomados, me decía que «quisera estar colgada de un alambre»

No quería que Nina la viera sufrir, además temía contagiarla, pero nuestra hija me preguntaba todo el tiempo por «ella»mami». Mis días en ese mes nefasto se consumieron en la escalera: al primer piso a verla, a estar con ella, o a la planta baja a cuidarla a Nina.

Un día finalmente, la maldita «culebrilla» se fue convirtiendo en un sarpullido y Nina pudo recuperar a su mamá.

En los peores momentos, sin embargo, nos teníamos siempre el uno al otro. Ella sabía que yo estaba a su lado y a la vez, estaba tranquila por Nina porque sabía que yo la cuidaría. Así era, así habíamos sido siempre el uno con el otro.

Por eso como una guerrera se repuso del golpe y de la enfermedad y volvió «al pie del cañon» a ver cómo encarar los días que venían. Se empezaba a hablar de una posible vacuna y -aunque nada se decía de cura- eso era algo. Parecía -o al menos nosotros creíamos- que ya estábamos empezando a superar la pandemia… pero recién estábamos entrando en el mes de julio!

Pero de cómo encaramos la segunda mitad del año les seguiré contando, si Dios así lo permite, la semana que viene.

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marianorinaldi Ver todo

Periodista. Cronista.
Conduzco de "La Semana que Viene" programa que se emite por Radio Simphony.
También trabajo en el programa "En la trinchera" de Radio Led.
Fui Cronista de "El Exprimidor" (2002 hasta su finalización en 2019) reemplazando a Ari Paluch en la conducción en varias ocasiones.
Cronista de "El Rotativo del Aire" de Radio Rivadavia (entre 2001 y 2010).
Acreditado en Casa de Gobierno (2003/2018).
También Cronista y asesor parlamentario.
Realicé coberturas nacionales e internacionales como enviado por ejemplo al rescate de los mineros en Chile, Elecciones en España y Paraguay, Aniversario del Atentado de Atocha en Madrid entre otras cosas.

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