Me salta un recordatorio en el celu de Andrea. Lo miro y dice «regar plantitas». me pongo a llorar como un chico. Pienso que en casa hasta las plantas deben estar extrañándola. Entonces me cierra lo de Nina esta mañana, abrazándome en la puerta de la escuela diciéndome que me iba a extrañar mucho. Y yo inútilmente tratando de explicarle que serían apenas unas horas porque a la tarde vuelvo a buscarla. De repente hemos profundizado la sensación de dolor y vacío que deja la pérdida de uno de nosotros tres, de la más importante de nosotros. Y el tiempo en lugar de aplacar este sentimiento de pérdida, lo agranda. Porque si a vos tu otra persona más importante te dice que se irá un año a trabajar a China, sabés de antemano que la vas a extrañar, pero a medida que el año avanza va creciendo también el sentimiento de ausencia, la necesidad de ese ser tan necesario que está lejos. Un duelo agudo es lo mismo: al principio sabés que ya no volverás a ver a esa persona, pero conforme el tiempo va pasando esa ausencia se va encarnando hasta doler como una puntada. Y por si no bastara con tu propia puntada, el dolor de ver a tu hija pasando por esa misma ausencia sin siquiera poder comprenderla de una manera cabal.