Nuestra historia de amor 47: El más absurdo de los finales.
Cuando me desperté ese nefasto martes 16 de julio de 2024 y Andrea me dijo: «No vayas a trabajar que estoy mal» me dí cuenta enseguida de que todo se había complicado. Con los años que llevábamos juntos, ella sabía que yo nunca faltaba al trabajo. Había incluso llegado a reprenderme por eso. Así que cuando ella -conociéndome como me conocía- me dijo así, directamente que faltara, supe que estábamos ante algo grave. Aunque no podía darme cuenta todavía de lo mal que realmente estaban la cosas.

Tras estar internada por un mes, finalmente mi suegra fue dada de alta a principios de julio de 2024. Había sido un mes extenuante para Andrea, que se pasó todas esas mañanas y mediodías yendo a darle de comer al sanatorio, ya que si ella no lo hacía, nadie le daba. Le dejaban la comida ahí y entre que era no vidente y que no estaba bien, se terminaban llevando la bandeja intacta.
Por eso Ella había ido todos los santos días a cuidarla. Andrea se preocupaba por faltar de casa y me decía realmente afligida: «Sé que estoy en deuda con vos y con Nina». A lo que yo le respondía «dejate de joder».
Las veces que no tenía que cuidarla a Nina, trataba de acompañarla. Otras veces, fuimos con nuestra pequeña a hacerle un poquito más livianos aquellos días.
Una de sus grandes alegrías fue ver cómo nuestra hija, imitando a su mamá, se ocupaba de cuidar a su abuela con amor.
El cansancio de Andrea era evidente: seguía atendiendo su negocio, a su madre y así y todo se las arreglaba para seguir haciendo de mamá organizando por ejemplo el cumple de Nina que se acercaba. Cuando a principios de julio, Marisa fue dada de alta, todos celebramos.
Desde hacía dos o tres meses, Andrea estaba arreglando una cena con tres de sus amigas y sus parejas. Esto a raíz de una queja que alguna vez le había hecho: «Está bien que se reúnan, pero a nosotros siempre nos dejan afuera?». Poder alinear las agendas de 8 personas no había sido fácil, pero aquel sábado 13 de julio finalmente podríamos encontrarnos y salir juntos.
El viernes anterior, el 12, estaba yo en canal viendo a los «Canticuénticos» que actuaban en vivo en un programa y recordando lo bien que la habíamos pasado en unas vacaciones de invierno anteriores cuando fuimos los tres a verlos.
En eso estaba cuando recibí un mensaje suyo: «No me estoy sintiendo bien, tengo gripe, me podrás traer un Q-ra plus? Me voy a ir a acostar»
Pensé que era normal que se aflojara después del mes de tensión que había pasado con su mamá. Pero entendiendo también que quisiera estar bien, porque después de todo lo que le había costado combinar la reunión de ese fin de semana con sus amigas y parejas, resultaba difícil pensar en una reprogramación. Le llevé el medicamento que me pedía.
El sábado se la pasó en cama, tratando reponerse para estar bien esa noche. Y así fue: sus amigas no notaron que ella estaba mal. Nos divertimos y la pasamos bien, pero al volver a casa, vi que se esforzaba por seguir en tren de festejo conmigo. Me dí cuenta de que no estaba bien, así que le dije que ya tendríamos más y mejor tiempo para nosotros y al ratito estábamos durmiendo.
Así las cosas no me extrañó que ese domingo a la mañana me preguntara: «No te molesta ir vos solo a buscarla a Nina?». Habíamos dejado a nuestra hija con mi hermana y la idea era buscarla y quedarnos a comer ese domingo en lo de mi viejo. Pero cambiamos los planes: al fin de cuentas nos habíamos empezado a acostumbrar a estar sin ella ese último mes que se la había pasado con su madre.
Yo la veía mal, pero… ERA UNA GRIPE!
El lunes 15 teníamos una visita los dos juntos al médico clínico programada por ella: Andrea decía: «Somos papás grandes y tenemos que cuidarnos, porque no le podemos fallar a Nina».
La idea era que nos recetara los chequeos de costumbre para asegurarnos de que todo siguiera bien. Por eso al verla mal le pregunté si prefería ir otro día, a lo que me respondió: «No, mejor, que me vea así, a ver si me da algo para la gripe».
Ese lunes fuimos a un médico al que no le llamó para nada la atención su situación: «Qué estás tomando?» le preguntó. Cuando ella le respondió que tomaba Q-ra Plus, le dijo «Seguí con lo mismo». Y eso fue todo.
SE DESPLOMA NUESTRO CIELO
Cuando me desperté ese nefasto martes 16 de julio de 2024 y Andrea me dijo: «No vayas a trabajar que estoy mal» me dí cuenta enseguida de que todo se había complicado. Con los años que llevábamos juntos, ella sabía que yo nunca faltaba al trabajo. Había incluso llegado a reprenderme por eso. Así que cuando ella -conociéndome como me conocía- me dijo así, directamente que faltara, supe que estábamos ante algo grave. Aunque no podía darme cuenta todavía de lo mal que realmente estaban la cosas.
A los síntomas de la gripe se había agregado un dolor corporal generalizado que práctimanete le impedía moverse. por lo que llamé al primer médico a media mañana.
Llegó sobre el mediodía. La revisó y le dijo que tenía una infección. Le inyectó un antibiótico, me mandó a comprar otro y mucha gatorade, para que estuviera hidratada. Nina ya estaba preocupada.
Me fuí inmediátamente a comprar lo recetado. Ni bien llegué, lo tomó, pero cuado pasadas dos o tres horas el dolor corporal seguía igual, llamé al 2do médico.
Esta vez era una mujer joven. Estaba obsesionada con el dengue: «parece dengue, parece dengue» repetía constantemente. Esta médica solo atinó a prescribirle análisis de laboratorio para ver que no fuera dengue: «Le voy a poner urgente».
Cuando vi que por el «urgente» me daban turno recién para el viernes y estábamos a día martes y con Andrea cada vez más dolorida, decidí que era el momento de pedir el traslado a una clínica en donde pudieran examinarla médicos verdaderos con instrumentos de mayor complejidad, porque si no seguiríamos observando gente con cara de perpleja que tiraba pronóstico sin acertar a nada.
Cuando me comuniqué con la prepaga me dijeron «usted no puede decidir que la trasladen, tiene que ser el médico o en todo caso llevarla al hospital y que le ingresen por guardia».
Como no la podía mover y mucho menos hacerla bajar esa escalera del primer piso en que vivíamos, decidí llamar al médico y que él mismo se convenciera de que Andrea necesitaba ser trasladada con urgencia.
Y así pasó el tercer médico de ese nefasto día que llegó recién cerca de las 20. La revisó y después de quedarse como todos dudando y mirando al horizonte, pensando en qué podría tener, accedió a trasladarla.
Una hora esperamos con la ambulancia en la puerta de casa por la orden de traslado que finalmente salió, no para la clínica Olivos como yo pensaba, sino para Los Arcos «mejor -pensé- así la revisan y cuanto antes estamos de vuelta en casa con Andrea curada»
Claro está que yo seguía pensando que era una gripe muy fuerte y no tenía ni la menor sospecha de que esa noche Andrea abandonaba nuestra casa para ya nunca más volver, al menos corporalmente.
Llegamos a la guardia de Los Arcos y la llevaron directo al shock room, adonde en vano trataron de estabilizarla. Le pasaron dos bolsas de suero porque estaba muy deshidratada.
No fue hasta las dos de la mañana que alguien salió a dar un diagnóstico: “Parece fibromialgia: cuando hay una gripe tan fuerte, los tejidos musculares pueden tener roturas por donde salen toxinas que producen el dolor corporal”. Parecía lógico. Y no tan grave, así que me quedé con ella en la guardia.
Pero a las 5.30 de la mañana, viendo que no me iba, vino un enfermero a decirme que debería salir porque a las 6 llegaban los médicos a revisar a todos los pacientes. Para contentarme, me aseguró que a las 9 me darían el parte.
Andrea, que estaba despierta y escuchaba todo me dijo: “No te quedés afuera: andate a casa, dormí algo, báñate y venite a las 9 a ver qué dice el médico”. Como hasta ahí era una gripe nomás, me pareció bien. No me alcanzará el resto de mi vida para arrepentirme.
Pero a las 8 de la mañana, cuando salía de bañarme, sonó el teléfono y era ella: “Amor, me están llevando a terapia intensiva”. Sonaba, lógicamente, asustada. A terapia? Por una gripe? Tratando de que no notara que yo tenía tanto miedo como ella le dije: “Mejor amor, así te monitorean bien y te curan rápido”.
Pero la realidad era otra: al presentarme en la puerta del sanatorio me dijeron: “Andrea Escalada… no está en terapia”. Todo se aclaró -o quizá deba decir se enturbió- al instante cuando el hombre agregó: «está en Unidad Coronaria, en la torre de al lado. Vaya que le van a explicar la situación”
Al recorrer el camino al ascensor noté que me temblaban las piernas. Unidad coronaria? Por una gripe? Qué mierda tenía Andrea?
El médico que salió a hablarme parecía tan asustado como yo. Nunca olvidaré sus palabras: “La situación es crítica”
En cuestión de horas, la supuesta gripe se revelaba como un potencial riesgo de muerte. Y los pronósticos no eran alentadores. Podría ser posible?
Me explicaron que su corazón estaba siendo atacado por un virus, por lo que no estaba funcionando bien: para aliviarlo, le habían puesto una bomba que lo ayudaría a trabajar.
Lo peor estaba por venir. El médico me dijo: “Para poder hacer esto hubo que intubarla, así que está en coma farmacológica”. Me dejaron pasar a verla, pero estaba dormida.
No podía saberlo sin embargo, empezaba a imaginarlo: ese diálogo telefónico en donde ella asustada me decía que la llevaban a terapia fue nuestra última conversación. Sería posible? Un amor como el nuestro terminando así? nuestras conversaciones tan hermosas con ese final absurdo?
Pasé ese miércoles 17 en la Unidad coronaria aunque solo pudiese volver a verla un ratito a las 19. Al salir me dijeron que podría verla nuevamente a las 9 de la mañana siguiente.
Me fuí pensando en Nina: la había dejado hacía casi 24 horas con la promesa de llevar a su mamá a un lugar adónde la curaran de la gripe. Estaría preocupada. Corrí a buscarla a Martinez.
Esa noche dormimos juntos: la dejé estar en el lugar de su mamá, al lado mío. Sin embargo a las dos de la madrugada del jueves 18 sonó el teléfono. Nunca son buenas noticias cuando suena un teléfono de madrugada en una casa de familia.
Me decían que tenían que trasladarla. Parecía una pesadilla, pero era la realidad.
“Trasladarla? Adónde?” pregunté creyendo que querían sacársela de encima llevándola a un lugar menos complejo. Ojalá hubiese sido eso! Era todo lo contrario:
“Tenemos que llevarla a un lugar de mayor complejidad cardíaca, la van a trasladar al ICBA”
Ahí tuve que cargar a Nina en un UBER y dejarla otra vez con su tía en Martinez para estar en Los Arcos a las 3 de la mañana firmando autorizaciones de operación, transfusión y traslado.
Desde ese jueves quedó en el ICBA, en Belgrano. Desde el principio me dejaron claro que la situación era cada vez peor. La única luz de esperanza fue cuando el médico me dijo: «El corazón no está funcionando, pero a veces un virus que ataca tan fuerte y de imprevisto, se va también rápidamente. Por eso tratamos de que se estabilice a ver si así el corazón puede recuperarse”
Ese jueves 18 a la tarde, por fin dejó de empeorar. Estaba estable.
Ese día tenía otro destino en la cabeza de Andrea: desde hacía dos años iban con Nina a Disney on Ice y lo disfrutaban mucho. “Este año voy a ahorrar plata, pero vamos los tres, vos tenés que venir con nosotras” me había dicho. En lugar de eso, estábamos debatiéndonos contra la muerte. Al menos Nina pudo ir al show con su primo mayor y su novia.
Cuando atravesó todo el viernes sin cambios, y basándome en lo que me había dicho el médico, tuve la absurda idea -maldita sea- de decirle a Nina: “Mi amor, mami está mejor”.
Pero la madrugada de ese viernes al sábado otra vez volvió a sonar el teléfono. Me dijeron que tendría que estar a primera hora porque el sábado a las 8 entraba quirófano.
Cuando a las 11 salió un médico pude notar el cambio: se trataba de un hombre grande, al hablarme se presentó y enumeró los médicos que la habían operado, como si se tratara de la plana mayor del ICBA. Seguramente lo eran.
Me dijo que habían hecho lo humánamente posible, pero que estaba en las manos de Dios: “Le hicimos cosas que a la mayoría de los pacientes no les hacemos porque no las resistirían, pero ella es una mujer joven y en buen estado general de salud”.
Pedí verla y me dijeron: “La están preparando, ahora a las 12 en el horario de visitas, podrá verla”. Ese mediodía me llamaron primero, pero era lo último que espera escuchar en la vida:
“Lo lamento mucho, no resisitió”
Dios! Por qué? Por que a ella? Llévame a mí! Qué vamos a hacer con Nina sin vos? Cómo se lo digo a nuestra hija?
Me temblaron las piernas y me senté en el piso. Carmen y su esposo, los amigos que nos acompañaban en ese momento, trataban de contenerme.
Ahí sin entender todavía qué estaba pasando, hice lo de toda la vida: comuniqué. Puse el Tuit que trascendió, por lo que a los pocos minutos mi teléfono estaba estallado.
En casa cuidando a Nina esta Silvia, amiga de Andrea y mi hermano Agustín con su esposo, Diego. Les pedí que juntaran a todos los tíos para cuando llegara y se lo comunicara a Nina.
Ese sábado 20 de julio, era el día del amigo. Una fecha que le hacía justicia porque toda la vida yo le había dicho que nunca había conocido a otra mujer con tantas amigas como ella.
De a poco empezaron a llegar sus amigas: del colegio, de la vida, de trabajos, periodistas… las había reunido una vez más a muchas de ellas en ese día del amigo!
Como había tanta gente celebrando, solo encontramos lugar ese sàbado al medidodía en un starbucks. Desde ahí, ellas me ayudaron con los trámites en el hospital y el sepelio del día siguiente, porque a mí me costaba reaccionar.
Entonces tuve que enfrentar lo otro más duro que me deparaba el día: cuando entré a casa estaban todos los tíos reunidos menos mi hermano Gustavo y Mariela que estaban en Europa y Guille, el hermano de Andrea que vive en EE.UU. con su esposa Marian.
Había tanta gente que parecía una fiesta. Ese momento no lo olvidaré mientras viva. Y creo que después tampoco:
NIna me vió y corrió a abrazarme. La senté en el sillón, a upa y le dije: «Mi amor tengo que decirte algo: mami se fue al cielo, ahora nos va a cuidar desde allá».
Ninita se llevó las dos manos a la boca y dijo:
-Uy no! La voy a extrañar mucho a mami!
Los que siguieron, y no creo estar diciendo nada muy raro, fueron los días y meses más tristes de nuestras vidas.
Al pasar por lugares por donde arrastré mi desesperación de esos tiempos renegridos me pregunto a mí mismo: Cómo pude sobrevivir y seguir adelante? y me respondo dos cosas:
1- Andrea estaba en espíritu apoyándome.
2- Hubo gente muy especial; algunos amigos de siempre y otros nuevos, también conocidos y hasta desconocidos que de maneras misteriosas y a veces anónimas, ayudaron a sostenerme.
Vaya a todos mi agradecimiento. Pero de todo lo que fue el después, les hablaré para cerrar esta historia, dios mediante, la semana que viene.
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marianorinaldi Ver todo
Periodista. Cronista.
Conduzco de "La Semana que Viene" programa que se emite por Radio Simphony.
También trabajo en el programa "En la trinchera" de Radio Led.
Fui Cronista de "El Exprimidor" (2002 hasta su finalización en 2019) reemplazando a Ari Paluch en la conducción en varias ocasiones.
Cronista de "El Rotativo del Aire" de Radio Rivadavia (entre 2001 y 2010).
Acreditado en Casa de Gobierno (2003/2018).
También Cronista y asesor parlamentario.
Realicé coberturas nacionales e internacionales como enviado por ejemplo al rescate de los mineros en Chile, Elecciones en España y Paraguay, Aniversario del Atentado de Atocha en Madrid entre otras cosas.