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Nuestra Historia de amor 4: Luna de Miel

Ayer se cumplieron dos meses y hoy 9 semanas desde que se me apagó tu luz. Y cada día que pasa, tu ausencia duele más. Te extraño por cada minuto, cada hora y cada día en que me has estado haciendo tanta falta. Y te extraño también a futuro, por pensar que cada día que siga en esta vida, me aleja de nuestros últimos momentos juntos. En este tiempo en que me hacen llorar las cosas que con vos me daban alegría, es una necesidad seguir contando algunos de los hitos de nuestra vida juntos. No quisiera que algo me pasara y Nina nunca supiera de la fiesta que fue para sus padres la vida en pareja y la coronación que significó para nosotros su nacimiento.

Confieso que cuando Andrea me contó el destino de la Luna de Miel que estaba organizando, a priori no me fascinó demasiado el lugar.

Mas bien pensé: «Y bueno, es el precio por organizar a último momento«. Los días posteriores demostrarían lo equivocado que estaba: íbamos -ahora lo sé- a sin duda uno de los lugares más románticos de América Latina. Lo que más me entusiasmó fue saber que conocería un país nuevo: iríamos a Colombia.

Andrea me contó que estaba ayudándole desde allá Paola, una amiga colombiana que había estado compartiendo algunos meses con nosotros en 2010, cuando su hija vino a radicarse a Argentina para estudiar. Es más: ambas habían estado en mi cumpleaños sorpresa!

Por eso arrancaríamos por Bogotá, la visitarímos en su casa y tendríamos un par de días para conocer la capital de ese país antes de irnos a la costa.

Una semana después de nuestra boda y apenas unas horas antes del vuelo, confirmamos el itinerario: además de Bogotá iríamos a la Isla Barú, Islas del Rosario y al que sería el destino central de nuestra luna de miel: la bella Cartagena de Indias!

Este sería, además nuestro primer viaje grande, más allá de Uruguay, Ostende o Merlo… avión, otro país.

Todavía no podía saberlo pero desde entonces los viajes se convertirían en algo especial para nuestra pareja, tratando de hacer uno o dos por año.

Como ya conté antes, viajar con Andrea era un doble placer: más allá de lo que significaba para mí estar con ella, la manera en que encaraba las cosas hacía que viajar para un cronopio como yo, fuera una experiencia inolvidable en donde todo estaba organizado: llegar a un lugar, tener el traslado listo, el alojamiento ideal esperándonos… en fin: sé que alguno pensará que la idealizo, pero ella era realmente así!

Lo que no podía imagirname es que a los pocos minutos de llegar a Bogotá tendría una primera experiencia Colombiana.

Acostumbrado a mi vida movilera, solía tomar el pulso de los lugares conversando con los taxistas. Así el viaje del aeropuerto a la casa de Paola transcurrió entre comentarios y recomendaciones de un cordial chofer sobre cosas que los «mieleros» no deberíamos dejar de conocer en su país.

Fue llegar a la casa de Paola y querer bañarme, porque había sido una larga jornada, pero al intentar abrir mi valija me di cuenta: no estaba la llave del candado!

El problema es que tampoco estaba el bolso en donde la había puesto: uno de mano en donde iban los documentos y el dinero.

Al bajar del taxi frente a la casa, que estaba en una calle oscura, habíamos sacado las valijas, pero el bolso de mano quedó en un costado del baúl sin que nadie lo viera (ya nunca más me despegaría de un bolso de mano en lo sucesivo)

Nuestro panorama cambió drasticamente: el día siguiente que pensábamos pasarlo recorriendo lugares lindos de Bogotá, se convertía en un día de trámites en el consulado o denuncias policiales. Paola movía sus contactos para que la policía tratara de ubicar al taxista con las cámaras de seguridad del aeropuerto.

«Qué mal comienzo!» pensé. Rompí el candado (y parte del bolso) y me fui a bañar.

Estaba en plena ducha cuando sonó el timbre: el taxista había hecho otro viaje de y al abrir el baúl para poner la valija del siguiente pasajero (esta vez en un lugar con luz) había encontrado mi bolso.

Estaba todo! le agradecí y le pregunté qué le debía y su respuesta nunca la olvidaré: «No es nada! no podía permitir que una amigo de afuera pensara mal de mi país». Insistí y le pagué el viaje por la molestia y porque correspondía.

Así fue que al día siguiente pudimos pasear por Bogotá: Fuimos al cerro de Monserrate y a la Iglesia que está allá en lo alto. Después al brillante museo del oro y a la visita obligada: el museo de Botero. Esa noche salimos con Paola que nos llevó a conocer un lugar tan loco como extraordinario: el boliche «Andrés carne de res» que, hecho a semejanza de la divina comedia, tenía tres niveles: Cielo, purgatorio e infierno. Fue un a noche mágica, inolvidable.

Tras nuestra experiencia «Cachaca» nos fuimos para la costa.En la espera de ese vuelo a Cartagena pude tener otra auténtica experiencia colombiana: Andrea me hizo probar el café de Juan Valdez… Como Starbucks, pero distinto!

Llegar a Cartagena fue otra experiencia totalmente diferente a la de Bogotá: lejos de la gran capital el clima era cálido y la gente más locuaz, pero por sobre todo, el lugar parecía sacado de un cuento. «La heroica» era todo lo que dos enamorados pudieran pedir para compartir sus noches a la luz de las velas.

Ubicada en el Caribe sur, «La Heroica» debía su apodo a las defensas sucesivas contra los ataques piratas.

Es que Cartagena había sido históricamente un centro financiero por donde salía el oro del Perú y las riquezas que se llevaban los españoles de América.

Eso, obviamente atraía alos famosos «Piratas del Caribe». Por eso era una ciudad amurallada. Uno de los principales lugares para visitar en la ciudad era el fuerte. Allí fuimos y recorrimos una especie de catacumba que eran los túneles que comunicaban por dentro. También desde los puestos de vigilancia del fuerte pudimos apreciar la vista que domina toda la ciudad.

Más allá de la increíble «Ciudad amurallada» estaba «Getsemaní» un barrio popular lleno de casitas de colores, al estilo de La Boca. Allí nos alojamos en la casa de «Lea» que era un pequeño hotel de 5 habitaciones. Lea era una mulata muy simpática que alertada por Andrea de que llegábamos de «Luna de miel» nos recibió como una especie de tía buena con cosas ricas y nos llenó el dormitorio de pétalos de rosas.

Los desayunos de Lea fueron famosos y dejaron un modelo que repetiríamos en adelante en casa: combinaba frutas frescas, banana, mango, papaya y lo que hubiera con un delicioso café. Harinas solamente arepas. Todo fresco, natural y sabroso.

Una noche llegamos tarde, como era de esperarse en una pareja joven que está de luna de miel y sale en un lugar turístico. La encontramos a Lea levantada y aunque lo negara, esperándonos. Realmente, era lo más parecido a una tía.

También fuimos a conocer el lado nuevo de la ciudad: «Boca Grande», una especie de pequeño Miami con edificios modernos que daban a la costa, negocios y un centro gastronómico adonde precisamente fuimos a almorzar.

Andrea se tentó por «la pesca del día» que se trataba del «Pargo rojo» un delicioso pescado que se encuentra por aquellas aguas. Yo en cambio, más inclinado por la cocina regional, y me dejé tentar por una verdadera bomba de tiempo que se llamaba «Bandeja paisa» y tenía plátano frito, chicharrón (grasa de cerdo frita), chorizo, huevo frito, arepas y otras delicatessens:

Pero sin duda, lo más hermoso de Cartagena estaba dentro de su ciudad amurallada: era como viajar en el tiempo.

Esas callecitas empedradas con sus casas típicas con balcones y muchas flores aportando aromas y colores.

La mejor forma de recorrerla era caminando, pero si no te subiste a uno de esos mateos tirados por un caballito ligero y un chofer – guía no estuviste realmente en «La Heroica». Hicimos el recorrido en una noche de luna con bisa suave. Andrea luciendo su habitual sonrisa y un vestido blanco que nunca olvidaré.

Realmente adoramos esa ciudad, pero nuestro viaje seguía: nos íbamos a las bellas playas de la Isla Barú. Allí teníamos unos días reservados en un «All inclusive» (el primero de mi vida). Pero nos quedaban un par de días libres hasta el vuelo de regreso. Qué haríamos? más playa o volver a Cartagena? Eso se los cuento la semana que viene.

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marianorinaldi Ver todo

Periodista. Cronista.
Conduzco de "La Semana que Viene" programa que se emite por Radio Simphony.
También trabajo en el programa "En la trinchera" de Radio Led.
Fui Cronista de "El Exprimidor" (2002 hasta su finalización en 2019) reemplazando a Ari Paluch en la conducción en varias ocasiones.
Cronista de "El Rotativo del Aire" de Radio Rivadavia (entre 2001 y 2010).
Acreditado en Casa de Gobierno (2003/2018).
También Cronista y asesor parlamentario.
Realicé coberturas nacionales e internacionales como enviado por ejemplo al rescate de los mineros en Chile, Elecciones en España y Paraguay, Aniversario del Atentado de Atocha en Madrid entre otras cosas.

2 comentarios sobre “Nuestra Historia de amor 4: Luna de Miel Deja un comentario

  1. Que hermoso escrito….que lindo y a la vez triste…te felicito esperar el próximo …de Colombia un abrazo a alguien q no conozco pero q pedido a un ser especial abrazar abrazar y abrazar esa hijita que hoy es tu soporte …..

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